EscucharContemplarLeer

  • Bel Air
  • Ordet
  • Rayuela

domingo, 19 de junio de 2011

Leos Carax, director y amante

   He asistido a un maravilloso espectáculo, no exento de aristas y momentos dubitativos, frente a mi televisor, de pulgadas moderadas, y gracias a la generosidad de Biblioteques de Barcelona.
   El espectáculo, hiperrealista, con trasfondo moral, y un comienzo que va más allá del naturalismo, se titula “Los amantes del Pont-Neuf”, “Les amants du Pont-Neuf” en su francés original.
   Esta película la dirigió en 1991 (la verdad es que fue cuando la terminó) Leos Carax (anagrama de su nombre, Alex Oscar) y la protagonizó, su entonces pareja, Juliette Binoche. Como esta sección no trata de cine (para eso hay otros sitios) sólo comentaré, cinematográficamente, la más que sobresaliente actuación de Denis Lavant y, rozándole, la de Juliette Binoche.

   El comentario que aquí quiero hacer va sobre el arte y los sentimientos que pueden llegar a pervertirlo, pues parece ser que, en su intimidad, Juliette y Leos discutían sobre cómo debía ser el final de la película, insistiendo Juliette en un final feliz con el que (imagino) redimir a sus trágicos personajes.
   No hay duda que el final escogido, no sabemos si por amor o por la renuncia a seguir discutiendo, fue un error que malogra la historia en esa pendiente por la que se deslizaban sus protagonistas.
   Parece ser que Leos y Juliette acabaron finiquitando su relación sentimental una vez terminada la película. Si Leos recapacitó sobre lo que había hecho con el final de su obra cinematográfica, quizás por la insistencia de quien compartía su vida, entiendo que la relación sentimental entre ambos se rompiera.
  
   Cualquier reflexión nos lleva a que nunca los finales son felices… ni lo contrario. Son (o debieran ser) lo que deben ser. Muchas películas se han estropeado por epílogos artificiosos e irreales, así que el "cinéfago" avezado debe retornar a ver toda película de final frustrante, detenerla allí donde considere que no ha lugar seguir con la impostura, y considerar que, más allá de lo que acaba de ver, sólo quedará la perversión que, en el arte, puede provocar todo lo que se desvía del acto de crear.

jueves, 16 de junio de 2011

Ya era hora

Lo ocurrido el día 15 de junio de 2011 en Barcelona con los parlamentarios catalanes me produce un sabor agridulce. El lado amargo es la violencia empleada, así como la humillación y vejación a que algunos políticos fueron sometidos, algo inadmisible ya que atenta al más elemental sentido de la dignidad humana. El lado dulce es ver que, aunque sólo haya sido un conato de motín esporádico, los políticos hayan vivido en sus carnes la realidad de degradación humana y económica que vive ese pueblo a quien ellos más que representar dicen representar.

El problema de los políticos en España, como en tantos otros sitios, es que han acabado convirtiéndose en una casta que vive al margen de la realidad. Utilizando la palabra “democracia”, con que se les llena la boca, piensan que tienen barra libre para detentar el poder, la ley y el orden. ¿Democracia? ¿Queremos democracia? ¡Por supuesto…! pero no tiene por qué ser ésta, que unos cuantos han amañado a su acomodo y utilizan para perseverar en su mundo de privilegios.

Lo sucedido este día es grave, pero no por el hecho en sí, sino por lo que representa. Dos mundos juntos pero que viven separados. Los políticos que viven al margen en su burbuja protegida y el pueblo llano que padece a diario la herida de la crisis económica.


Ahora cada uno a lo suyo, mientras se intenta entender qué ha sucedido y cómo evitar que vuelva a ocurrir. Los políticos harán sus declaraciones institucionales, que quedan tan monas y tan dentro de la ley, y el parado a esperar que le desahucien del piso para después hacer cola en el comedor social de Cáritas.
Vivimos en los extremos, unos pocos, tanto y unos muchos, tan poco.

La política en España ha llegado a términos deplorables, donde los especialistas de turno han montado un mecanismo para detentar el poder, basándose en un sistema democrático que chirria allí por donde lo mires. La razón que esgrimen los políticos es que ellos representan al pueblo porque ha habido elecciones y los han votado.

   1) El pueblo ahora no es libre de votar a sus parlamentarios, sólo puede votar a los partidos y éstos se encargan de repartir los cargos según sus intereses, que nada tienen con los del votante. Esos mismo partidos que detentan los medios de comunicación, para luego vocear la pluralidad democrática.

   2) El voto en blanco no queda reflejado en el parlamento, ya que siempre es copado al pleno por sus señorías, aunque sólo hayan sido votados por los familiares y amiguetes y el resto del pueblo los niegue. Lo democrático sería que el voto el blanco tuviera su reflejo en escaños vacios, pero son tan ambiciosos que se apoltronan en escaños que no han ganado.

   3) Cualquier político puede llevar a quiebra económica a su pueblo, comunidad o país sin responsabilidad alguna. Tampoco está obligado a cumplir su programa, ya que tiene carta libre para su trasnochado derecho de pernada.
  
   4) Utilizan la política para asegurar su futuro a través de sueldos incontrolados y pensiones que se otorgan a base de unos privilegios que el resto de los mortales sólo consigue a base de sangre, sudor y lágrimas.

   5) Algunos parlamentarios, en un mercado laboral de parados crónicos, tienen varios trabajos, por lo que en el Parlamento ni se les ve, aunque su sueldo de diputado es rigurosamente ingresado en su saneada cuenta corriente. Léase María Dolores de Cospedal, que hace de todo menos de parlamentaria.

Mientras hay tanta gente que sólo tiene su trabajo para subsistir y lo pierde todo con él, empezando por esa vivienda que los especuladores le hicieron pagar a precio de oro, hay políticos eternos, como José Bono que después de años y años politiqueando le puede regalar su hijo un millón de euros para que se compre el pisito de turno. Y para colmo va de católico, pero de esos que entienden que la caridad bien entendida empieza por uno mismo.

La inmensa mayoría de esos “indignados”, que llevaron el caos a la legalidad detentada a través de las urnas, no han votado una constitución que les controla sus derechos y sus obligaciones, una constitución que nadie toca porque los que pueden hacerlo no quieren cambiar aquello que funciona… para ellos.

Baste un ejemplo de indignidad constitucional, apoyada por la legalidad de todos esos que usan una democracia de quita y pon. En un mundo de igualdad y justicia una mujer es negada para acceder al trono de España, sólo por ser mujer. Todos esos demócratas de perorata locuaz y fácil mantienen la injusticia de otorgar derechos al hombre sólo por ser hombre. A esto hay que añadir esta monarquía “colada” por la puerta de atrás y que nadie se atreve a consultar “democraticamente” si es lo que las nuevas generaciones desean.

Así íbamos. No se sabe cómo vamos. Se puede intuir como iremos. Ante la injusticia social y el “ninguneo” de sus políticos, los desheredados de la tierra tienen derecho a gritar… a empujar… a acosar…, eso sí, sin escupir.

La casta que nos gobierna es demasiado torpe y está demasiado aburguesada para arreglar esto, por lo que sólo recurrirá a la violencia física para reprimir a los “indignados”, ya que parece ser que en democracia hay una violencia que sí es legal, la del aparato del estado.